lunes, 16 de mayo de 2016

Poema ME HABLAS




Me llamas.

Que te hable, dices…que te diga.

¿De qué quieres que te hable con esta escasez de palabras?

¿Qué podría pronunciar en medio de esta mudez necesaria?

Hay un tiempo en que el verbo enmudece por cansancio,

por hastío, por costumbre o miedo.

Otras, se repliega por horror.

De espaldas al camino, aprieta el puño y cierra los ojos ante el árbol de la Vida

y ese fruto exquisito que nos brinda, resultante en Muerte.

No miro, no hablo, no escucho otra cosa que el retumbar de un corazón desalado.



Que te hable, dices…yo digo: no te conozco.

No puedes ser tú si no soy yo ésta que calla,

que se empecina en desalojar el sonido de su mudo entorno.

“Sin voces no hay engaño”

(o un poco menos),
¿lo entiendes?

Sigue tú embelleciendo espacios con conceptos de colores.

Por hoy, paso.



Es tan hermoso el silencio…

Tan necesario para bien escuchar la demonia/musa pensante que yace en nuestro interior…

Contradecirla, rebatirle una a una sus perversas sugerencias.

Ordenarle que retire su corona de púas.

Exigirle que ¡pare!

que es tiempo perdido su ladina verborrea

que NO es yo, ni yo soy ella.

Que somos ambas, y muchas más,

herencia imborrable de madres y abuelas.



Que no queda nada que podamos hacer como no sea

sentarnos, calladas, a la vera del destino

a escuchar el rumor del arroyo, el silbido del viento,

hasta percibir ese atípico temblor de la tierra (esa grieta)

esa trizadura del tiempo que nos señala ¡con júbilo!el anhelado momento de retornar al Origen.





Amanda Espejo / Quilicura / Abril - 2016

jueves, 12 de mayo de 2016

BUENOS DÍAS TRISTEZA





Buenos días o buenas tardes, o buenas noches, da lo mismo. El fondo no cambia.

Ilusa yo, soñaba con que este año sería más tolerable que el anterior, pero me doy cuenta solo expresaba un deseo. La realidad es otra.

Tú llegas, tristeza, y todo buen augurio sucumbe.

La intención se divorcia del acto y la mente deambula pendular, de un extremo a otro.

“Por mi culpa, por mi culpa, por mi gravísima culpa”.

Así reza una oración tradicional de los católicos, y así recé yo repetidas veces, golpeándome el pecho durante el rito a seguir en mis años escolares.

Así, inocente, repetí la letanía aún sin comprender del todo su significado, pero intuyendo algo amenazante se cernía sobre mi pequeña cabeza de siete u ocho años.

¿Fue allí que arribaste, tristeza

Me atrevo a afirmar que no, que fue antes, mucho antes.

Tal vez me acunaste en tu soporífera niebla desde el mismo saco uterino.

“Por mi culpa, por mi culpa…”

A pesar del importante lapso de tiempo que me separa de aquél momento, sigo, inconscientemente, repitiendo el estribillo desesperanzador, herencia de un legado patriarcal.

Innegablemente, si en aquél entonces no comprendía ni asumía el peso de la culpa, hoy aquello se ha magnificado a consecuencia de los errores cometidos.

Cómo quisiera poderme sacudir todo!

Errores propios y ajenos. Culpas. Remordimientos, fastidio, ira, desconsuelo. Mas, no alcanza una vida para ello.

Y sigo aquí, cada vez más aislada, girando apenas la rueda del molino mientras la molienda, cada vez más escasa, no es capaz de saciar el apetito del alma.

“Sobrevuelos” digo, cuando pienso en lo que hago, pero la verdad…diría que apenas camino.



Amanda Espejo, Quilicura/ abril - 2016