lunes, 22 de julio de 2013

AQUELLAS HORAS









Llega tarde,
(a una hora incierta).
No es  noche ni es día.
Jirones de sombra  luchan
contra las garras del  claro.
Se aproxima.
No le habla con palabras,
sí, la elocuencia del gesto.
Ella, caracola durmiente,
le presiente, teme… ansía…
Se confunden  los contornos
del cuarto que la cobija.
No hay más centro que los ojos
del que llega,
(que ella aguarda)
y esos dedos que se estiran
entrecruzándole el pelo
la largura de su cuello
la redondez de sus hombros
y la tibieza del seno,
no son sólo del extraño:
son sus manos (cuatro a un tiempo)
que rebordean su vientre
y el ancho de la cadera.
Suaves resultan los muslos
ante el ardor  de las yemas.
Calientes nalgas morenas
y húmedo el entrepiernas
a la espera del aliento
que se acerca… que ya llega
cuando ya no queda un nudo
que desatar en la hembra.

¡Que se quede!
¡Que no marche!
Que siente aun el mareo,
el vértigo estremecido,
el pálpito desatado, incrustado
en medio pecho.

¡Que se trague el canto el gallo!
¡Que la luz declare huelga!
Que no despierten al “otro” (el que a su lado duerme)
que no le roben el goce, que sin él … es estar muerta.
Que la dejen permanecer, para siempre
en la hora incierta.







Amanda Espejo
Quilicura / julio - 2013