martes, 25 de enero de 2011

Mi ................... / El extraño



EL EXTRAÑO
Cuento NO seleccionado en certamen alguno, excepto, en mi corazón


Suele verse aquí, por la casa, con más frecuencia de lo que yo quisiera. No me habla. No me ve. Y a nadie más que a mí parece importarle; a nadie le conmociona como a mí.
Los demás, los visitantes asiduos a este lugar, no le hacen caso, no reconocen su presencia. Conversan y ríen como si él no existiera. Pero… yo sé que está. Está presente mucho más de lo que yo quisiera y cada vez más, me molesta verlo, escucharlo… le tengo miedo. Generalmente, está por las noches, hasta el amanecer. Luego de muchos ruidos y golpes de puertas, él desaparece y yo, vuelvo a respirar tranquila.
Si los demás lo vieran como yo… si sintieran sus reclamos, sus gritos y hasta sus golpes cuando se enfurece, allí me entenderían mejor. Yo no puedo hacer nada más que taparme los oídos o poner la radio un poco más fuerte para no sentirlo. No lo miro. Hago como si no existiera. Él tampoco me mira. No lo llamo… no podría, no sé su nombre: es el extraño.
Últimamente, un cansancio pegajoso se me ha pegado en la piel y me traspasa lentamente hasta los huesos. Suele agarrarme una melancolía de… no sé de qué, pero, no quisiera hacer nada, no hablar con nadie. En esos instantes, suelo deambular sola por la casa como si buscara algo o a alguien. Tampoco sé a quién. Recorro los cuartos y en la pared desnuda del pasillo deslizo suave mis manos buscando algo…una falla, una ranura, un quiebre de su lisura para refugiarme en ella y así, pasar inadvertida para el extraño.
Aquel simple pensamiento me reconforta: pensar en sus golpes en la puerta y en los arañazos que hará sobre la madera en busca del pestillo hasta lograr que este se abra. Sus pasos recorriendo la casa para saber si yo estoy aquí… porque aún sin mirarme ni hablarme, él me busca. Le causa placer aterrorizarme con su presencia desconocida. Sabe que no me gustan los ruidos fuertes ni los gritos, mas, goza con ello pensando, seguramente, en el miedo que me causa.
Si yo encontrara “el” ladrillo faltante en la interminable pared del pasillo, tendría un refugio permanente y hasta creo que no saldría nunca más de allí. No tendría que volver a escuchar al extraño. Mas, no es así, y cada vez más me recluyo en mi pieza y me enrollo bajo las mantas como un caracol y luego… quieta, quieta sin moverme y apenas respirar para que él no repare en mí.
Hoy, no sé si de tanto estar encogida o por la frustración de no poder comprender y asimilar su presencia, me he sentido peor que nunca. Ni siquiera he intentado levantarme. Los otros, los asiduos a este lugar, no han venido y esta paz a la fuerza me ha dejado tiempo para pensar… ¿Por qué pasan estas cosas? ¿Por qué tiene que atormentarme sólo a mí? ¿Quién es él? La noche ha caído sin que me haya dado cuenta, ensimismada como estaba en mis dudas y en mis recuerdos. No puedo recordar cuándo él apareció en esta casa, menos aún, saber el por qué.
Los arañazos en la puerta me alertan… el extraño ha llegado y yo no consigo salir de este estado soporífero. Siento sus pasos adentrándose por la casa – seguramente, me busca -, me encojo sin poder ocultarme por entero. Me duele algo en el pecho. La puerta de mi cuarto cede ante la violencia de su mano y aterrada, sólo atino a cerrar los ojos. No puedo, no debo abrirlos.
El extraño se acerca, tanto que puedo percibir el calor de su cuerpo. Una mano dura y caliente se posa sobre mi mano fría… Yo no debo abrir los ojos.
Una voz baja, sin gritos ni estridencias resuena en mis oídos:
- ¿Qué te pasa mamá, te sientes mal?


Mi pecho estalla en mil astillas de recuerdos. Cada uno de ellos se va clavando en mis sienes y la voz del extraño ya no es grave ni violenta. Es dulce y tiene un delicioso timbre infantil. Yo… corro tras de él y él arranca y se ríe, se ríe, dejando ver unos dientecitos brillantes con sabor a leche. Yo lo llamo:
-¡Camilo! ¡Espérame bebé, tu mami no puede correr tanto!
Le he dicho Camilo… Y de pronto el extraño ha dejado de serlo. Su nombre es Camilo y en algún momento perdido en alguna esquina de la memoria, todos olvidamos algo: yo olvidé su nombre y él olvidó quien era yo.
- ¡Vamos mamá, háblame! No cierres los ojos. Soy yo, tu hijo.
Mi hijo… el extraño… mi hijo… Abro los ojos.
- No pasa nada; sólo estoy cansada y un poco confundida. Creo...que te extrañaba mucho. Durante mucho tiempo. Abrázame hijo, abrázame y se me va a pasar.




Amanda Espejo
Quilicura /09/2006

viernes, 7 de enero de 2011

Mi amiga: LA SOLA

Copia humilde del original de Francisco Vargas


LA SOLA*


Ahí va la Sola
la de la mirada hundida y labios en rictus.
Lleva cruzado al pecho, un bolso de flecos
donde nunca falta un cuaderno de hojas agrias,
tanto, como la mano que llora.
La Sola va con pasitos lentos
y en espera, tensa, aguarda
vislumbrar los pasos de ese “alguien” que la siguiera.
Por lapsos cortos avanza para atisbar el regreso...mas...
(Él no viene, no llega)
las horas se consumen dentro del reloj de arena.
La Sola reza el rosario de los días idos
(los nunca sidos)
sin un solo arrebol del alba
ni un despliegue de crepúsculo.
Sola nunca supo de mantel largo al medio día.
Pudriéronse sus manjares en espera del ausente
                                                             ente
                                                           demente
que para no aprender su nombre
la aplastó con el talón.

Desde entonces se llama Sola
y repta, agoniza
agoniza y muere
muere y renace
renace y vuela
por un puñado de ingratos segundos
antes de volver a caer.
La Sola se arrancó el cabello para urdir una historia,
para no gritar sus heridas al viento.
Como animal entrampado
lame de su piel el recuerdo no vivido...
Y se va.



Amanda Espejo
Quilicura / Enero 2011


* Esto, inspirado en “la hablante” de Socorro Carranco , en su libro “La otra piel”.